Hablar sobre la igualdad es hablar de un tema que nos afecta a todos en algún momento de nuestra vida, adoptando cada uno diferentes roles según el contexto: a veces somos los discriminados y otras, los discriminadores. En ámbitos tan diversos como en el laboral, la pareja, las amistades, los grupos, los desconocidos, e incluso en la familia se puede palpar la diferencia de trato entre personas fundamentada en muchas ocasiones en creencias y herencias culturales, pero no en realidades coherentes que hagan que el trato diferenciado sea positivo para todos (esa equidad en ocasiones mal usada).
Al pensar sobre la igualdad, me viene a la cabeza una
situación que se me ha repetido muchas veces a lo largo de mi vida, y que en
particular, por última vez me sucedió a finales del año pasado. Una conocida me
comentó “que prefiere trabajar con hombres que con mujeres, que las mujeres son
muy complicadas, competitivas, envidiosas y etc, etc”
A mí me parece que este es un ejemplo de discriminación
interiorizada. Un credo aprendido porque cuando la esfera de la mujer sale de su encierro en el espacio
doméstico (el que en nuestra sociedad en los últimos siglos ha sido el tradicionalmente asignado a ella, comienzan a verterse
una serie de tópicos que parecieran que intentan volverla a enclaustrar tras las
paredes de la casa). Es como una oración que las propias mujeres
comentan sin pensar y que muchas sin haberlo experimentado, o incluso habiéndolo sufrido,
también han vivido malas relaciones con hombres y no los etiquetan.
Esta creencia in-corporada y como sellada a fuego en la
mente, muy difícil de cambiar. A todo esto se suma la fuerte presión que ha
sentido la mujer en general en cuanto a su acceso al espacio público. El
espacio público fue hecho en un principio a medida del hombre. La mujer ha
tenido que transitar por él en un mundo en el que no se ha contado con ella,
por lo tanto, en ocasiones ha tenido que adoptar actitudes masculinas para
poder ser aceptadas y “estar a la altura”, lo que entre otras cosas, ha
contribuido al absurdo pensamiento que se transmite sobre su competitividad y
su falta de apoyo.
Para lograr la igualdad en este caso, todos y especialmente las
mujeres tenemos que hacer un esfuerzo en este aspecto para romper con los
estereotipos. Debemos adecuar los espacios a la diversidad, y además a la
diversidad en general, no sólo de género. Deberíamos tener una escucha social que
represente a la mayor parte de colectivos, también programas de sensibilización
hacia las diferencias, y en base a ello adecuación de esos espacios para que todos
tengamos cabida. Y por supuesto, muy necesario es el despertar de la propia
mujer en cuanto a la manipulación existente, y
en cuanto a estereotipos para apoyarnos entre nosotras y tomar el lugar
que nos corresponde como personas en cualquier parte de nuestro mundo: privado
o público, y para dejar de transmitir entre nosotras mismas estas falsas
creencias que nos autodañan.
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